Familia Zero

Cómo sobrevivir a los psicópatas en familia

Familia zero

A tenor de la investigación más reciente, podemos decir que hoy sabemos que un psicópata al final de su existencia habrá arrasado a un promedio de setenta víctimas, que habrán quedado destruidas por el huracán del abuso psicopático. Generalmente las víctimas de los psicópatas integrados no suelen ser capaces de identificarlos como tales y los suelen confundir con personas egoístas, difíciles o con algún problema psicológico menor, como una adicción, un vicio o similares.

Familia Zero, es decir, una familia generadora de la formidable herida vital y existencial que conduce a la víctima a normalizar y trivializar todo tipo de abusos en su vida adulta.

Los psicópatas integrados son también padres y madres de familia. Los miembros de su entorno familiar suelen convertirse muy tempranamente en un tipo de víctimas encubiertas completamente inconscientes, merced a la manipulación y a la disonancia cognitiva que generan siempre estos camaleones sociales.

Un niño que ha sido sometido al doble vínculo del abuso familiar zero vive la seducción y el encantamiento junto a la humillación, ya que la Familia Zero combina la propaganda con la manipulación por la vergüenza y la culpa.

Incapaces de protegerlos, despliegan a cambio la propaganda parental para proclamarse buenos padres y madres.

Inhábiles para dotarles de una educación coherente y un tipo de apego seguro y resistente, simulan y proyectan una apariencia social benevolente e impecable, que no resiste el contraste de la realidad de los hechos.

Los hijos de todos estos tipos de Familias Zero compartirán un destino trágico común: el de convertirse en su vida adulta en vulnerables a la disonancia cognitiva, la trivialización y la negación de los peores abusos, humillaciones, manipulaciones y enganches.

¿PROCEDES DE UNA FAMILIA ZERO? Miras a la gente a tu alrededor en la calle o en una fiesta y te dices: «Me gustaría haber sido como ellos». Te dices a ti mismo que si supieran lo que estás pensando quedarían decepcionados de ti. Amas a tu mujer y a tus hijos y los cuidas y proteges, pero te encuentras distante, despegado o temeroso ante esas relaciones. Sientes que todo va bien en tu vida y es perfecto hasta que descubres que tu hijo es alcohólico, drogadicto, bulímico, se ha fugado de casa o se ha intentado suicidar. Estás crónicamente subempleado y atascado en trabajos por debajo de tus capacidades o de tu potencial, que aguantas solo porque te sientes perdido, inadecuado o lleno de miedos. Tienes un problema con el alcohol, con las drogas o con la comida. Eres un experto en cefaleas y migrañas, o un vigoréxico, o un maestro en relaciones amorosas fallidas. Puedes ser el «rey del mambo» de tu entorno social, aunque te sientes solo en medio de toda esa gente pese a tu éxito o riqueza. Creciste en una familia caótica, en medio del alcoholismo, el incesto, la violencia y los abusos emocionales y espirituales. Te sientes paralizado porque los abusos en tu familia eran tan encubiertos y secretos que no puedes siquiera permitirte encararlos o hacer algo para salir de eso. Eras comparado sistemáticamente con un hermano o hermana que iba bien en los estudios. Algunas personas de tu entorno fueron llevadas a pensar de ti que solo podrías ser valioso como fontanero, electricista, médico, abogado o psicólogo, pero no como ser humano. Tuviste que aprender a sobrevivir en una familia «al borde de un ataque de nervios», en la que papá trabajaba mucho en varios sitios y mamá estaba abrumada cuidando a sus cuatro hijos y donde todo el mundo estaba siempre agotado y al límite. Fuiste olvidado o abandonado emocionalmente, porque nadie estaba presente para cuidar de ti. Aunque recibiste alimento y cuidados materiales, te faltaron el consuelo y la atención a tus necesidades emocionales. Te consintieron o mimaron o sedujeron hasta el punto de que permaneciste en el nido sin independizarte mucho más tiempo que la mayoría de los compañeros de tu edad. Te da miedo la gente, y especialmente temes a las figuras de autoridad. Aterrorizas a los tuyos o los controlas para que vivan aislados del mundo para poder dominarlos mejor. Militas fervientemente en una religión o eres rabiosamente ateo. Usas y abusas de la gente o eres usado y abusan de ti. Eres alguien que solo sonríe, solo llora, solo siente temor o tristeza. Te empeñas tanto que siempre pierdes, o te empeñas tan poco que jamás vives la vida. Das la imagen de ser el hombre perfecto o la mujer perfecta. No te sientes de ningún lugar ni te sientes en casa en ningún sitio (no tienes donde reclinar la cabeza). Sientes que estás deprimido o cabreado. Vives con una sensación de vacío o de estar siempre sumido en el caos. Vives en una montaña rusa emocional o en el vacío del aburrimiento constante. Sonríes aunque por dentro estés llorando o te enfadas para no sentirte triste. Te abandonas a ti mismo aunque estés siempre cuidando a alguien. Cuando te sientes infeliz lo ocultas para que nadie se entere de que eres humano, o incluso te vuelves invisible para que nadie lo sepa. Tienes problemas para relacionarte con tu hijo, con tu hija o con ambos. Puedes hacer el amor, pero no sientes conexión, ni intimidad, ni puedes «dejarte ir» en el sexo. Estás pendiente de los demás todo el tiempo, para detectar a la mínima ocasión, como si tuvieras un radar, si todo va bien o no. Te notas mejor que algunos y peor que otros, pero nunca te sientes perteneciente a grupo alguno. Te sientes atrapado en un tipo de vida que nunca elegiste. Te sientes anclado en el pasado, preocupado por el futuro y siempre ansioso en el presente. Trabajas hasta la extenuación sin saber muy bien el motivo. Nunca estás satisfecho. Temes al Señor o siempre esperas que Él te saque las castañas del fuego. Temes o detestas a la gente que es diferente de ti. Te metes en relaciones de amistad y luego no sabes cómo salir de ellas.

Estás apegado a cosas, costumbres o rituales de un modo obsesivo. Proyectas tus conflictos internos sobre tus propios hijos. Te avergüenza tu cuerpo o tu apariencia física. No sabes la razón por la que estás aquí. Sufres «a chorros», todo lo que puede sufrir un ser humano. Ves a un policía y te sientes por dentro como si hubieras hecho algo malo. Sacrificas tu dignidad a cambio de una falsa seguridad. Demandas amor, pero rara vez lo alcanzas. Pides las cosas en lugar de ir directamente a por ellas y conseguir lo que quieres o necesitas por ti mismo. Anhelas siempre lo mejor o te esperas lo peor, pero nunca disfrutas del momento presente. Cuando estás cenando solo en un restaurante, te parece que la humanidad tiene como fin hacerte sentir mal. Sientes que nunca nadie está ahí para atender a tus preguntas y darte las respuestas. Sales huyendo cada vez que te enamoras o te olvidas de ti mismo cuando entras en una relación de pareja. Mimas a los que amas, crujes a los que amas, o ambas cosas a la vez. Has cambiado el rumbo de la historia gracias a tu actuación o bien vives en total anonimato y olvidado. Al crecer odiaste a tus padres, o bien los mantuviste en el pedestal de la idealización infantil, pero nunca los pudiste ver como los seres humanos falibles y limitados que todos somos. Te sientes culpable por el modo en que fuiste tratado en comparación con tus hermanos, o sientes celos por cómo fueron tratados ellos en comparación contigo. Odias a tu padre y sobreproteges a tu madre, o bien odias a tu madre y sobreproteges a tu padre. Fuiste abusado sexualmente por alguien cuando tenías cinco años y te culpas por no haberlo visto venir o haber dejado hacer al agresor. Tuviste a uno de tus padres crónicamente enfermo mientras eras pequeño. Tuviste a uno de tus padres con una depresión o una enfermedad mental cuando eras pequeño. No tuviste padre, o madre, o ninguno de los dos cuando eras pequeño, o murieron o desaparecieron para no volver nunca más. Eres un superviviente que rezas por dentro para que algún día tu vida sea algo más que mera supervivencia. Eres un amante de la vida que esperas que algún día algo o alguien libere al niño interior que está prisionero dentro de ti.

Ansiedad. Sentimientos de culpa. Depresión. Obsesiones y conductas obsesivas. Adicción a sustancias. Baja autoestima. Trastornos de la personalidad. Miedos y fobias. Dependencia de los demás. Histrionismo. Problemas sexuales. Suspicacia y paranoia. Problemas de relación y con la intimidad. Disociación. Anhedonia. Introversión y retraimiento social. Problemas de concentración. Ataques de ira. Baja tolerancia a la frustración. Respuestas pasivo/agresivas. Problemas de asertividad. Incapacidad de experimentar alegría. Búsqueda de aprobación y afán de agradar a los demás. Vacío y problemas de identidad. Alcoholismo. Anorexia. Bulimia. Vigorexia. Ludopatía. Accidentabilidad. Dolores crónicos. Fibromialgia. Cefaleas tensionales y migrañas. Palpitaciones. Gastritis, diarreas, problemas digestivos. Problemas de sueño. Tensión muscular. Bruxismo. Flashbacks.

Nuestra tradición oral y escrita está repleta de cuentos para los niños que tienen como verdadero objetivo ser «vacunas psicológicas», que intentan dar cuenta, de manera sencilla, de problemas complejos y difíciles de comprender.

¿Existe un perfil previo a la hora de convertirte en víctima de un psicópata integrado?

cierto es que cualquier ser humano puede resultar victimizado por un psicópata. Basta con que el psicópata fije su atención en una persona para que la probabilidad de escapar a sus estrategias de abuso y manipulación sea nula. Robert Hare nos decía siempre a los psicólogos especializados que cualquiera, incluidos nosotros, los supuestos expertos, podía sucumbir a la seducción psicopática. Nadie está exento, lo cual significa que no hay un perfil previo, de «víctima» potencial.

Las personas normales tienden a pensar que la gente a su alrededor es más o menos semejante a ellas. Generalmente creemos que «todo el mundo es bueno», inherentemente bueno por naturaleza, y que, si le das la oportunidad, todo ser humano alberga un potencial para hacer el bien, recapacitar y cambiar de vida.

Pensar de este modo ingenuo nos convierte, más pronto que tarde, en sus potenciales víctimas.

quienes tienden a convertirse en sus víctimas prioritariamente: los mejores seres humanos del mundo:

Ser una buena persona solo es un factor de riesgo si te las tienes que ver con un psicópata integrado. Por eso hay que atribuir la culpa al causante del abuso psicopático y no a la víctima.

La causa del abuso psicopático no estriba en lo que has hecho, sino en lo que representas para el narcisismo maligno de todo psicópata: una amenaza o una oportunidad.

narcisista maligno que es todo psicópata integrado le molesta de modo especial la luz que la víctima tiene (que sea brillante, competente, atractiva, bondadosa, apreciada en su trabajo, premiada, reconocida, eficaz, etc.).

manipular emociones mediante la culpa, la vergüenza o la estrategia de la confusión.

El sistema humano de apego es un «programa de supervivencia biológico» con el que todos venimos «pre-cableados» al mundo, por el cual nuestra legítima expectativa al venir al mundo es que los que nos reciben nos cuiden, alimenten y protejan del peligro.

Cuando, en lugar de esto, el niño se encuentra con un progenitor zero, se enfrenta a una experiencia inconmensurable, que no puede resolver. El denominado «trauma de traición» es un trauma relacional de tipo II, que no tiene como causa grandes eventos traumatizantes (violencias, abusos sexuales, abandonos), sino una miríada persistente e incesante, «chapapote emocional» en forma de lluvia fina de pequeños actos y actitudes, que la víctima no advierte casi nunca mientras la padece, a menudo durante muchos años, pero que va a marcar y devastar su sistema de apego, volviéndolo vulnerable en la vida adulta a las actuaciones perversas de los peores psicópatas. La esencia del trauma por traición que sufren los hijos de los progenitores abusadores, negligentes o tóxicos radica en la combinación de dos elementos que devastan el sistema psíquico de cualquier ser humano:

Por un lado, la necesidad de apegarse, de vincularse a un miembro esencial y relevante de su familia biológica, su progenitor, para sobrevivir.

Por otro lado, la experiencia devastadora del abuso psicopático reiterado a manos de ese mismo progenitor y la necesidad de huida y evitación para sobrevivir.

manipulación por la denigración, la culpa y la vergüenza.

abuso familiar temprano, que aprendieron a sobrellevar por medio de mecanismos de defensa de normalización, banalización y trivialización de los maltratos, del abandono o de la negligencia parental en los años cruciales de su desarrollo infantil, normalmente en el seno de familias disfuncionales o Familias Zero.

No haber sido cuidado o amado incondicionalmente no dice nada malo de ti, sino de aquellos que te fallaron y fracasaron en sus obligaciones parentales de haber construido para ti una base segura de apego y consuelo.

Todas las personas atravesamos a lo largo de la vida periodos en los que somos más susceptibles a ser heridos o dañados. Durante ese tiempo nuestro sistema inmunitario psicológico se encuentra bajo mínimos, es decir, estamos «a tiro» de aquellos que quieran atacarnos.

Conocemos que las probabilidades de ser enganchado por un psicópata integrado aumentan significativamente en situaciones vitales de crisis, abandono, enfermedad, aislamiento o sufrimiento, como las siguientes:

Periodos de abandono, soledad o aislamiento de la familia, amigos o seres queridos.

Procesos de victimización (malos tratos, abusos, mobbing, acoso sexual, etc.).

Crisis de pareja, infidelidad, violencia doméstica, separaciones, divorcios u otros traumas familiares.

Etapas de disminución radical de la propia sensación de valía o autoestima.

Crisis vitales en las que se ve mermada la seguridad en uno mismo o existen dudas sobre las propias convicciones básicas (crisis de fe, desempleo, cambios vitales, etc.).

Cambios de residencia, emigración, mudanzas a otro país u otra ciudad. Crisis por la muerte de un ser querido o de una figura de apego básica (la pareja, padres, hermanos, hijos o amigos íntimos).

Situación de paro o de grave crisis profesional o laboral.

La superación de una grave enfermedad. Cualquier otra situación de pérdida, abandono o estrés vital y existencial.

Todo niño viene «pre-cableado» y tiene su hardware cerebral preparado y dispuesto para encontrarse con la experiencia de ser cuidado y atendido por los suyos. Tiene la legítima expectativa y la necesidad de ser cuidado, tomado en serio y respetado por su madre.

el adulto que tuvo en su madre una base segura de apego se sabe merecedor de lo mejor y también es capaz de rechazar lo malo, protegiéndose y cuidándose a sí mismo del mismo modo que fue protegido y cuidado por una amorosa madre.

La reacción hormonal que despierta el recién nacido en su madre alimenta el denominado «instinto maternal», lo refuerza y prolonga durante semanas después del parto con el contacto habitual, la lactancia y el contacto sensorial, ocular y epidérmico frecuente entre ambos (bonding).

premio nobel Konrad Lorenz descubrió la naturaleza genética del imprinting, fenómeno por el cual la mayoría de las especies animales tienen «programación» de apego a las primeras figuras presentes en el momento del nacimiento, ya sea la madre biológica o el experimentador, si este es el que está allí en ese trance.

Cuando su madre no es excesivamente cariñosa o afectiva, el niño suele adaptarse y suplir mediante otros mecanismos compensatorios esa carencia. Siempre y cuando la madre no lo impida o bloquee activamente al niño, este tenderá a encontrar en otras figuras de apego disponibles en su entorno inmediato aquello que le falta a su madre, estableciendo vínculos sustitutivos o secundarios con otras personas, que pasan a funcionar como primarios.

vivirá sus necesidades naturales más básicas y legítimas como inadecuadas, impropias y pecaminosas, con la sensación de no merecimiento, pidiendo perdón por existir y arrastrando un permanente sentimiento tóxico de culpa y vergüenza.

El poder que tienen los adultos de proporcionar una base segura a sus hijos supone un contrato biosocial básico mutuo. Sin embargo, este contrato se rompe cuando estos, en lugar de ser una base segura de apego y refugio, infligen a sus hijos una herida formidable y generan el trauma por abuso.

Tradicionalmente se entiende bien el trauma que causan en los niños pequeños los abusos sexuales, el castigo y la violencia física. Sin embargo, no queda tan claro cuando incorporamos a la lista el uso del niño en modos y maneras que no están previstos por su sistema de apego en forma de abusos emocionales, chantajes afectivos, abandono del cuidado físico y psicológico o parentización.

Cuando ciertos terapeutas inexpertos o perversos, y otros muchos coachs tan voluntaristas como ignorantes, se dedican (frecuentemente desde el psicoanálisis, la psicología «positiva» y las terapias New Age) a culpabilizar a las víctimas, sus pacientes no encuentran mejoría alguna en su sufrimiento.

El resultado catastrófico para estos pobres niños perdidos fue una incapacitación para el apego en sus relaciones adultas normalizadas, debido a dos tipos de limitaciones psicológicas creadas por las familias tóxicas:

El estilo de comunicación familiar perverso o distorsionado les convenció de que estaban equivocados tanto en sus pretensiones o necesidades de cuidado como en la descripción y la vivencia de sus propias necesidades y emociones, que eran sistemáticamente ignoradas, puestas en duda, o distorsionadas (en especial las que tenían como causa la conducta negligente, abandonista o abusiva de sus progenitores).

La injusta y fraudulenta atribución de las emociones dolorosas y de los mecanismos de supervivencia del niño abusado, acting out (rabia, violencia, conducta adictiva, rebeldía, etc.) o acting in (depresión, indefensión, retraimiento, timidez, somatizaciones, etc.), a una personalidad deficitaria o incluso a rasgos psicopatológicos.

La disociación estructural de la personalidad produce la aparición de toda una pléyade de «patologías psicológicas y psiquiátricas» aparentemente inexplicables en un niño/adolescente/adulto, que le van a ser atribuidas como males endógenos:

Los trastornos de conversión somática (enfermedades psicosomáticas).

Las enfermedades somáticas (enfermedades físicas generadas por el desgaste del sistema de defensa o inmunológico, como alergias, enfermedades autoinmunes, etc.).

Los trastornos disociativos de la personalidad (personalidad múltiple, desórdenes disociativos, esquizofrenias, psicosis, etc.).

Los trastornos de la personalidad límite (borderlines).

Los trastornos de la personalidad (paranoide, narcisista, por evitación, histriónico, etc.).

Las adicciones de todo tipo.

Quienes no tuvieron la oportunidad desde niños de distinguir a quienes buscan su bien o maquinan su mal desarrollaron una incapacidad esencial de discriminar y discernir y separar correctamente a amigos de enemigos y, lo que es peor, son ya incapaces de fiarse de sus propias percepciones de la realidad. Presentan especiales dificultades para defender los límites frente a los demás, pues no aprendieron a decir que no, a defenderse, a señalar ni defender límites ni barreras frente al abuso de sus progenitores.

Los niños que fueron escandalizados así se convirtieron en pequeños adultos, cuidadores de los progenitores que los abandonaron. Este proceso se denomina parentización o reversión del cuidado parental.

Recordemos una vez más que cualquiera puede desarrollar un vínculo traumático de traición siempre y cuando haya aprendido los elementos básicos de la indefensión y la disociación en la infancia. Esto no depende de la inteligencia ni de la formación de la persona.

El uso manipulador que hacen las madrastras de esa promesa es tan eficaz que conduce a toda víctima a abandonar el sentido común y el sentido de realidad, sin siquiera querer chequear la veracidad de su contenido. Ello no depende de la mucha o poca inteligencia de la víctima, sino de la formidable capacidad de la madrastra de captar y emular todas las necesidades de su víctima (un lazo, un peine o una manzana) y convertirlas en soluciones mágicas que solamente ella puede proporcionar.

La vulnerabilidad ante la seducción y las ataduras propias del abuso psicopático no es cuestión, en absoluto, de debilidad de carácter, de falta de personalidad o de poca inteligencia o estupidez de las víctimas.

También en los escenarios de relaciones con familiares psicópatas hay que aplicar la regla de oro evangélica que rige para los demás psychos, y que recomienda atender a los hechos y no a las declaraciones: «Por sus obras los conoceréis».

Los niños lo aguantan todo, lo resisten todo, lo perdonan todo y lo olvidan todo con tal de mantener sus pequeños recursos biológicos de supervivencia basados en el sistema de apego.

El citado guion consiste en la falsa creencia de que el amor, la aceptación, la seguridad, el éxito, la intimidad y hasta la salvación de su alma dependen fundamentalmente de su propia capacidad de «hacer las cosas bien» y de «portarse bien».

El contenido del guion no es estúpido, pues solamente hay algo peor que aceptar que no te quieran, y es que no haya una razón para ello.

El niño crece creyendo que debe portarse bien con sus maltratadores, y que si ellos se portan mal y abusan de él se debe a su mala actitud, a sus defectos o incluso a no ser digno o merecedor del amor. El guion central de la seducción lleva al niño a crecer manteniendo en su interior la idea de que el camino hacia el amor, la intimidad y la aceptación pasa por su habilidad para hacer lo que cree que los demás quieren o esperan que haga. Su bienestar y su sensación de seguridad quedan vinculados a su capacidad de complacer, adaptarse o plegarse a las necesidades, ocurrencias, caprichos o abusos de los demás.

Denomino «Familia Zero» a toda familia disfuncional caracterizada por el abuso y el trauma que causa en los hijos una herida abierta y permanente en forma de reacciones disociativas, guiones de vida o vulnerabilidad al trance que los llevan a convertirse fácilmente en víctimas de todo tipo de abusos en la vida adulta.

una Familia Zero es, ante todo, un tipo de familia tóxica encubierta,

Podemos identificar 4 tipos básicos:

Tipo 1. Adicta: alcoholismo, adicción a sustancias, al juego, etc.

Tipo 2. Emocionalmente inestable: caos, negligencia, falta de cuidados, inconsistencia e incongruencia en la educación parental, enfermedad mental, psicosis, depresiones, trastornos de la personalidad.

Tipo 3. Violenta y abusiva: violencia doméstica, maltrato y abusos físicos y sexuales. Incesto. Violación de todo tipo de límites. Gestión por el terror, el miedo y las amenazas.

Tipo 4. Manipuladora: manipulación, seducción narcisista y abuso psicopático. Uso y abuso. Coacciones, chantajes, incesto emocional.

La ilusión procede una vez más del fallo del potente mecanismo del apego infantil humano. Si me esfuerzo, si tengo éxito, si soy grande, si los demás me aplauden y si gano el éxito social, demostraré que era digno del amor que mi Familia Zero no me proporcionó.

Este tipo de niños perdidos se esfuerzan denodadamente a lo largo de toda la vida en resultar «aptos» para unos padres que, sin importar lo que consigan, jamás les darán el visto bueno.

Hasta que no renuncie a la grandiosidad de su huida adelante en el éxito y se permita vivir el duelo por unos padres indisponibles que no estuvieron para él, no podrá verse libre del fantasma del fracaso y sus terribles secuelas depresivas.

Para ello es imprescindible cuidar y cultivar la «imagen» y la «apariencia» superficial y externa. Realizar algo insólito, único, inédito, inaudito, excepcional, diferente, excéntrico, fuera de lo común, original, para atraer el aplauso y la admiración del mundo entero. Realizar algo extraordinario y fuera de lo común que convierta a los demás en fascinados seguidores y admiradores de uno mismo.

El programa narcisista y grandioso de convertir al mundo entero en admirador y seguidor de su red social, sea como influencer de YouTube o como un modelo social de admiración para todos los demás, está hoy a la orden del día. Se trata de ser seguidos por miles o millones para obtener de ellos la energía amorosa de la que el niño perdido en su Familia Zero careció.

Los 20 rasgos de un jefe tóxico narcisista

Los subordinados son para él un auditorio, un espejo en el que se mira continuamente. Reclama atención y admiración de manera continua. Le encanta que le hagan «la pelota».

Monopoliza «todo» el mérito para él. Rebaja sistemáticamente el mérito de los demás. Todo resultado positivo se debe a su genialidad.

Cree pertenecer a una élite social o intelectual de personas «especiales» por su genialidad, brillantez o pertenencia a algún tipo de «casta» social. Lo que rige para los demás no rige para él.

Busca subordinados serviles, dóciles y obedientes. Le resultan amenazantes la libertad de criterio y el pensamiento alternativo.

Selecciona sistemáticamente para su equipo a quienes no le puedan hacer sombra, es decir, a los menos capaces. Propaga en su departamento un tipo de mediocridad intelectual y profesional como forma de asegurarse y sentirse a salvo.

Busca el culto a la personalidad. Cultiva la adulación y el vasallaje feudal de sus subordinados hacia él. Puede llegar a ser despótico con los que considera inferiores, despreciándolos.

Despliega un comportamiento de maltrato y abuso verbal mediante gritos, insultos, reprensiones y humillaciones de todo tipo a sus subordinados. Ello le proporciona una sensación de seguridad por mantener a raya a todos.

Infla de modo compensatorio su autoestima mediante continuas referencias a su pretendida valía, brillantez profesional, contactos relevantes con «personalidades» o poderosos.

Incapacitado emocionalmente para reconocer que ignora o no sabe de algo, y por lo tanto para el aprendizaje, se manifiesta arrogante, prepotente y «sabelotodo». Queda pronto desfasado y profesionalmente obsoleto. Ello refuerza su sentimiento profundo de inadecuación y su actitud defensiva ante el cambio o la innovación.

Su falta de actualización profesional le lleva al dogmatismo y a la rigidez intelectual: quien se permite discrepar supone, desde muy pronto, una amenaza personal para él por no saber rebatir sus argumentos o convencer con los suyos.

Persigue y elimina a los posibles competidores, especialmente a los más brillantes. Cultiva y fomenta el enanismo intelectual y a los «bonsáis psíquicos» en el equipo.

Tiene aversión a correr riesgos por el miedo al fracaso y por su incapacidad emocional de hacer frente a él. Llega a bloquear a su unidad por su falta de decisión y actitud «laisser aller».

Explota laboralmente a sus subordinados exigiendo de ellos sacrificios, adhesión incondicional y personal, e incluso «buena cara» ante sus abusos de autoridad y excesos.

Desarrolla el discurso de la imprescindibilidad: «¿Qué sería de vosotros sin mí?». Se presenta como un «salvador» o una persona crucial para la organización.

A pesar de sus declaraciones externas, en lo profundo es un enemigo declarado de la capacitación, la formación, la actualización profesional, la innovación y el aprendizaje, que son siempre elementos amenazantes para sus sentimientos de escaso nivel o inadecuación personal y profesional.

Se muestra hipersensible a toda crítica o discrepancia y reacciona desproporcionadamente a ellas. Vive las diferencias de opinión de forma dramática y amenazadora como un ataque personal o como una falta de respeto.

Utiliza un tipo de lenguaje que pasa de lo hiperabstracto a lo hiperconcreto. Huye de la conceptualización de problemas reales por no saber cómo enfocarlos o enfrentarlos de forma real y práctica.

Se muestra de forma despectiva con sus subordinados y adulador con los superiores, a los que, secretamente, envidia y desprecia.

Está obsesionado por la envidia que cree que todos le tienen. Su pensamiento solo se refiere a sí mismo. Todo lo que ocurre tiene que ver con él.

Su despacho, su zona de trabajo, su automóvil o su atuendo o vestimenta son escaparates con los que pretende demostrar el valor de su propietario. Adorna sus zonas de trabajo con objetos lujosos de marcas caras, fotos con personajes famosos, premios, diplomas, títulos, trofeos… que, supuestamente, acreditan y prueban a los demás la cualidad especial de su propietario.

En muchos de los niños procedentes de las Familias Zero, la resignación no es efecto de un episodio aislado, sino de una situación habitual y repetida de acumulación o «gota a gota» de malos tratos, castigos, violencias, negligencias o abandono a los que han ido aclimatándose desarrollando una respuesta de fijación o bloqueo. La repetición de ese «gota a gota» quiebra el organismo del niño y genera un tipo de paralización que se denomina técnicamente «indefensión aprendida».

El niño que no fue amado ni cuidado es víctima en la vida adulta de sentimientos de vergüenza, inadecuación y culpa. Vive con miedo o terror la posibilidad de haber sido el causante de ese abandono y de haberlo merecido.

La necesidad de cuidar a unos progenitores que no pueden cuidarse ni siquiera a sí mismos aclimata al niño y bloquea su sistema de apego, fijándolo o congelándolo en torno a la conducta y el rol de un cuidador.

Este tipo de cuidadores se denominan en la literatura psicológica especializada codependientes. La codependencia no es simplemente una conducta de dependencia emocional de otras personas, como erróneamente suele asumirse, sino que supone un patrón conductual, psicológico y emocional de adaptación que se desarrolla a resultas de una prolongada exposición a las reglas y el funcionamiento de una Familia Zero.

Amar a alguien sencillamente porque es alguien indisponible, egocéntrico o imposible es uno de los destinos relacionales de las víctimas de las Familias Zero.

Los perversos triunfan definitivamente sobre sus víctimas cuando consiguen hacerlas creer que ellas son responsables de lo que les está ocurriendo. Todo perverso manipulador se esfuerza denodadamente en hacer que su víctima se sienta culpable de todo lo que le está ocurriendo, pues sabe que una víctima culpabilizada es una víctima inerme y paralizada.

De ese modo, el proceso de abuso psicopático en las familias rara vez se produce abierta o manifiestamente, sino bajo la máscara de alguien que, mientras busca destruir, acorralar, aniquilar y eliminar a su víctima, realiza protestas de amor, de cuidado o protección que pasan por verdaderas ante terceras personas.

Esto le viene muy bien al acosador porque una víctima paralizada por la culpabilidad (quedó «como muerta», dice el cuento de Blancanieves) es alguien fácil de victimizar con menor riesgo de respuesta.

De ahí ese empeño casi obsesivo en todos los manipuladores de acusar a sus víctimas de ser la causa de los propios malos tratos que sufren. La culpabilidad, una vez convencidas de ser merecedoras de su castigo y del acoso, las vuelve inocuas para los acosadores. El proceso psíquico de acoso ejecutado bajo apariencia de un bien para la víctima provoca en esta la aparición de cuadros de estrés postraumático. Un Síndrome de Estrés Postraumático es un cúmulo de recuerdos de experiencias traumáticas que la persona no ha podido encajar y que, atravesadas y no digeridas por la mente (como el trozo de manzana), producen todo tipo de interferencias dejando a las víctimas como muertas (los enanitos creyeron que Blancanieves había muerto).

buena parte del maltrato que sufren los hijos de las Familias Zero consiste en abusos de tipo emocional y verbal con los que el niño pequeño recibe una lluvia incesante de hostilidad, invalidación, denigración, ataques verbales, burlas, menosprecio, ridiculización, comparaciones o desvaloración que le sitúan en una mayor vulnerabilidad de cara a la reversión del locus de control, puesto que generan automáticamente los correspondientes sentimientos de inadecuación y merecimiento del maltrato.

El mecanismo terrible por el cual un niño abusado se convierte en la víctima propiciatoria de su Familia Zero permite a esta sobrevivir a costa de su destrucción. El niño abusado es el que «paga el pato» de la disfuncionalidad familiar. Sin embargo, tener un chivo expiatorio es por definición no saber que uno tiene un chivo expiatorio. Esto le ocurre a la Familia Zero, y para mantener el secreto del abuso y sacrificio habitual de alguno de sus miembros es necesario recurrir a la distorsión de la realidad y de la comunicación.

La Familia Zero que lincha a uno de sus miembros queda envuelta en una representación falsa de lo que está ocurriendo. A excepción quizás de aquel progenitor psicopatizado, que SÍ sabe lo que hace y que suele ser el instigador original de todo un proceso de abuso intrafamiliar generalizado, todos los demás participan «de buena fe» en el linchamiento y la eliminación de la víctima.

En toda Familia Zero hay una «oveja negra», «punto filipino», «garbanzo negro»… que carga siempre con todas las culpas, los castigos, los abusos, y es culpabilizado por toda la disfuncionalidad familiar. Cualquiera que se sitúe del lado de una víctima dentro de este sistema familiar en el momento en que sufre los abusos corre el riesgo de terminar tan linchada como ella. El niño con muy poco poder real y efectivo frente a sus progenitores u otros hermanos es aislado y progresivamente hostigado y maltratado por los miembros familiares, que terminan imitándose unos a otros en la estigmatización, el abandono y el maltrato psicológico contra la misma víctima.

Todos los procesos de maltrato y linchamiento grupal se camuflan tras sentimientos, racionalizaciones y mitos.

El mito central de la maldad intrínseca de la víctima ayuda a transformar en aceptables todos los abusos. A medida que estos aumentan, también lo hacen las percepciones sesgadas y míticas del resto de los miembros de la familia acerca de su víctima común.

La resistencia de la víctima y su renuencia a reconocerse merecedora de la violencia suele exacerbar la violencia y el linchamiento grupal de los gangs familiares más nocivos. No solo aplastan al niño con todo su potencial de violencia, abuso emocional, manipulación y hostigamiento verbal, sino que le fuerzan a confesar su merecimiento y culpabilidad.

necesidad de vencer su disonancia cognitiva y su «buena conciencia como progenitores modélicos» camufla la verdad de su propia violencia hacia su hijo, convertido así en un chivo expiatorio familiar.

Se convierte en un «niño malo», un «niño problema».

La psicoterapia familiar sistémica nos revela el rol habitual de estos pobres niños abandonados y linchados por sistemas familiares perversos en el mantenimiento estructural a modo de claves de bóveda o piedras angulares de dichos sistemas.

Y es que compartir un enemigo interno común permite distraer la atención de las disfuncionalidades familiares reales y reunifica a las familias más desestructuradas, consiguiendo la cooperación en un objetivo común: hostigar y maltratar en grupo a su chivo expiatorio.

De ahí que el mecanismo deba ser disimulado mediante todo tipo de distorsiones y que el abuso familiar funcione siempre como algo clandestino y secreto en el seno de la Familia Zero en la que se produce.

No ser conscientes de este mecanismo mimético es la garantía del mantenimiento estructural de las Familias Zero en el tiempo, y por ello no es lógico esperar que estas acepten reconocer su propia disfuncionalidad, y menos aún la creación y el mantenimiento del mecanismo del chivo expiatorio como base de su funcionamiento.

Esa ceguera mimética convierte a los abusadores familiares en auténticos fariseos respecto a sus propias violencias, abandonos o negligencias para las que siempre encontrarán buenas razones y justificaciones. Sintiéndose en todo momento inocentes de sus abusos, estarán dispuestos a condenar a cualquiera, o incluso al universo entero a su alrededor, con tal de no reconocer a sus chivos expiatorios como sus víctimas.

Es constatable en nuestra especie la habitual indiferencia al sufrimiento y a las desgracias de los demás. No es distinto en el seno de las Familias Zero. Frente a los abusos traumáticos e injustos que les produjeron sus Familias Zero, es frecuente que las víctimas refieran haber sufrido más por haberse sentido abandonadas a su suerte por el resto de familiares no directamente abusivos (que miraron a otro lado y no los defendieron), que por el abuso directo de sus maltratadores.

El resultado concreto de todo esto es la paralización ética de casi todos y la extensión y propagación del mal en medio de la inacción de la mayoría.

Quien no hace nada por socorrer a las víctimas no solo ya está tácitamente del lado de quien abusa de ellas, sino que, además, con el tiempo, es requerido y urgido a integrarse de facto al gang de los que practican dichas injusticias.

Selección: escogen de manera sesgada un acontecimiento o situación, o una parte específica de este, aislándolo del resto. Se inventan todo lo demás, manipulando a su antojo los datos reales.

Dramatización: amplifican perversamente la repercusión del hecho aislado, inventando supuestos perjuicios de ese hecho, inflando las consecuencias adversas o negativas o, simplemente, inventándoselas, situándose ellos como primeras víctimas.

Generalización: utilizan un hecho aislado, señalándolo como muestra significativa de habitual y general comportamiento inadecuado e inaceptable de la víctima. Se trata supuestamente de una muestra o indicador del «mal» comportamiento típico y habitual en ella.

Atribución: atribuyen a la víctima una intencionalidad perversa, o la presunción de mala fe o de actuar mal adrede, buscando perjudicar a la familia, su imagen, su fama, etc.

El proceso de convertir a alguien en un ser moralmente reprobable para lograr su destrucción y eliminación psicológica presenta cuatro fases:

En cuanto la víctima acepta su responsabilidad por las acusaciones de que es objeto, el maltratador trabaja sobre su culpabilización.

En cuanto la víctima acepta su culpabilidad, el maltratador trabaja para generar en ella un sentimiento interno de vergüenza.

En cuanto la víctima siente vergüenza de sí misma, el maltratador trabaja para que se sienta mala o perversa moralmente.

Una vez que acepta el rol de malvada, el ciclo se completa y la víctima abusada siente que es mala persona, un mal hijo, un mal hermano, etc.

La víctima no solo siente que ha cometido errores, sino que cree que ella es el error. Cuando se convence a la víctima de que es un error, no es extraño que aparezcan ideación o intentos autolíticos.

lo más grave que nos encontramos no son siempre ataques a la integridad del niño, como palizas, golpes, abusos emocionales, físicos o sexuales.

Suelen ser mucho más graves, por encubiertas e integradas en la normalidad del adulto, aquellas situaciones que no ocurrieron y que debieron haber ocurrido. En especial los ataques al proceso de apego y la incapacidad de los progenitores de consolidar una base segura de apego para sus hijos debido a distintas causas.

Las necesidades psicológicas básicas que un niño busca en el comportamiento de sus progenitores son las de:

Apoyo.

Respeto y aceptación de sus límites.

Validación intrínseca.

Cariño, afecto incondicional, amor.

Dirección y guiado.

Consistencia.

Seguridad física y cuidados físicos.

Los sucesos traumáticos continuados (ongoing trauma) pueden suponer meses o años de No Respuesta por parte del sujeto, hasta el momento en que un día, sin que ocurra nada de mayor entidad o gravedad, el sistema psíquico se viene abajo y se produce la crisis. ¿Por qué de repente un trabajador sometido a acoso laboral o un niño que es víctima del acoso escolar un día determinado no pueden más y entran en crisis? La respuesta a esta extraña reacción es que el trauma es un gota a gota que va erosionando y minando la resistencia psíquica hasta el día en que el sujeto alcanza un determinado umbral en su carga de trauma y el vaso se desborda.

Parece que el cerebro humano viene al mundo con una cierta resiliencia o capacidad de carga de trauma, y que muchos individuos suman muchos puntos muy rápidamente, llegando ya desde muy pequeños a estar anegados por una insuperable carga traumática.

La ciencia ha descrito diversas situaciones prenatales que comprometen ya al feto para la futura edad adulta: enfermedades de la madre, alcoholismo, adicciones, el impacto de medicamentos, el maltrato emocional o físico a la madre, etc.

Es más fácil transitar un camino ya frecuentado que abrir una senda en medio del bosque. A nivel neuronal ocurre lo mismo: se abren ciertos surcos, ciertas vías preferentes por las que corren más rápidos los impulsos eléctricos.

Los circuitos neuronales de los niños que proceden de las Familias Zero han sufrido un más que probable deterioro debido a las enormes y crónicas dosis de cortisol que segregaron sus cerebros ante el trauma continuado.

No es nada fácil hacer aceptar la existencia de un vínculo traumático de traición a una persona que ha sufrido una Familia Zero. Intervienen la negación, la disonancia cognitiva y la presión social de un entorno y una sociedad que tiende a idealizar a la familia, la maternidad o la filiación como los más sagrados vínculos.

Después de muchos años trabajando con las víctimas de los peores abusadores psicopáticos, estoy convencido de que con la inmensa mayoría no cabe intentar solucionar nada, sino que conviene preservarse de ellos. Querer hacerle la cirugía estética al cocodrilo solo lleva a que quien lo intente se lleve una buena dentellada.

si tienes a un psicópata en tu vida, no te detengas, ¡corre! Eso también rige cuando el psicópata integrado pertenece a tu propia familia o incluso es uno de tus progenitores biológicos.

La ingenuidad de una persona normal la lleva a creer que la psicopatía cede o remite con la edad y que los psicópatas integrados dejan de serlo cuando se vuelven mayores o tornan en inofensivos viejecitos. Para nada es así. Un psicópata integrado cuando es viejo no es más que un psicópata integrado «añoso», generalmente envilecido por años y años de práctica y refinamiento de su perversa tecnología de destrucción.

NO ES ODIO, SINO AUTOPRESERVACIÓN

Nace del amor a uno mismo y del absoluto compromiso contigo mismo de ponerte a salvo y resguardarte de nuevos sufrimientos.

Eso quiere decir bloquear toda comunicación con tu progenitor o familiares psicopatizados, reduciendo al máximo el contacto con ellos o eliminándolo por completo: Celebraciones o reuniones familiares.

Comidas, cumpleaños o festividades entrañables.

Contactos telefónicos tanto por iniciativa propia o de otros.

Amigos de Job, es decir, a aquellas personas que buscan consciente o inconscientemente inculparte y hacerte profundizar en tu indefensión psicológica. Lo que menos necesitas son personas que ahonden en la mentira y el mito de que la víctima es siempre culpable. Tú no eres culpable. No has hecho nada malo. Ser una buena persona o ser ingenuo no es un problema más que cuando te encuentras o cruzas con un psicópata. Recuerda lo básico en el trauma de abuso, acoso y maltrato: la víctima es siempre inocente. Nada hay que justifique su destrucción o abuso a manos de alguien con intenciones aviesas como es el psicópata.

Siendo el propósito esencial del sistema de apego el de sentir seguridad, cuando este no funciona adecuadamente, el cerebro genera un mecanismo de supervivencia destinado a salvar a cualquier precio el apego. El precio que el niño abandonado o abusado paga para poder apegarse a sus progenitores peligrosos, abandónicos o manipuladores es el de la amnesia.

Para poder convivir con quienes te hacían daño, tu cerebro desplegó la oxitocina necesaria para que olvidaras el mal que te hacían y así poder apegarte y sentir seguridad y cobijo bajo los más abusivos y tóxicos progenitores.

SILENCIO Y REFLEXIÓN PARA TU RECUPERACIÓN Contrato conmigo mismo

Yo (nombre y apellidos), consciente y responsable de mi obligación de cuidar de mí mismo y de poner todos los medios para alcanzar mi felicidad personal en esta vida, RESUELVO Y ACUERDO en el día de hoy CONMIGO MISMO LO SIGUIENTE: ME PROMETO SOLEMNEMENTE A MÍ MISMO no aguantar más en adelante la humillación ni la carga emocional que se deriva de mantener una relación de abuso o sometimiento con mi progenitor (rellenar con el nombre de tu progenitor zero). ME PROMETO SOLEMNEMENTE A MÍ MISMO no tener ni mantener relaciones con nadie con quien tenga que invertir tanto a cambio de obtener tan poco. ME PROMETO SOLEMNEMENTE A MÍ MISMO tratarme con respeto y amor, y mantener relaciones solo con personas que me traten igual de bien que yo me trato. ME PROMETO SOLEMNEMENTE A MÍ MISMO amarme, cuidarme y respetarme tanto en la salud como en la enfermedad, en la riqueza o en la pobreza, todos los días de mi vida. ME PROMETO SOLEMNEMENTE A MÍ MISMO cuidar y promover fielmente mi salud física, mi bienestar psicológico y emocional, así como mi felicidad, buscando sus condiciones y solicitando ayuda siempre que lo requiera. ME PROMETO SOLEMNEMENTE A MÍ MISMO que a lo largo de mi vida en mis viajes, contactos y relaciones sociales observaré un especial cuidado y estaré especialmente atento a mi intuición respecto a todas las personas tóxicas y nocivas que pueda encontrarme, y me mantendré al margen de relaciones con ellas y saldré de su esfera de influencia de forma inmediata, sin juicios o recriminaciones, asegurándome que esa relación no se inicie o no siga adelante. ME PROMETO SOLEMNEMENTE A MÍ MISMO aceptar todas las lecciones existenciales y vitales que esta experiencia me ha enseñado, sacar el máximo partido a este aprendizaje y regresar a mi auténtica identidad o Yo, reconociendo que tengo todas las capacidades y potencialidades para alcanzar la felicidad completa y la paz conmigo mismo en esta tierra. ME PROMETO SOLEMNEMENTE A MÍ MISMO no permitir que mi experiencia dolorosa o traumática con mi padre o madre (rellenar con el nombre del progenitor zero) arruine o perjudique mis futuras relaciones con otras personas. ME PROMETO SOLEMNEMENTE A MÍ MISMO no entrar en relaciones con personas que puedan requerir terapia o ayuda profesional, por tener problemas graves psicológicos o emocionales o enfermedades mentales, y me prohíbo contratar psicológicamente la repetición de abusos o maltratos como los que experimenté en mi familia de origen.

Hay que entender en este sentido amplio que deben conceptualizarse como adicciones todo tipo de comportamientos que consiguen ese teletransporte psíquico: heroína, alcohol, cocaína, ira, autolesiones, bulimia, compras compulsivas, flashbacks, ninfomanía, adicción al porno, sexo causal, web porno, masturbación, sadomasoquismo, depresión, cleptomanía, rituales obsesivos, compulsiones de limpieza, etc.

En un sentido general y desde el tratamiento psicológico del trauma, es necesario recordar que:

las alucinaciones auditivas, las rumiaciones y la charla interior autocrítica, los pensamientos suicidas, las drogas, la conducta borderline o límite, los ataques de pánico, la masturbación compulsiva, los rituales obsesivos, la anorexia y la bulimia, los ataques de ira, etc. ... sirven todos ellos al mismo propósito de evitación del paciente traumatizado.

en materia de adicciones el planteamiento terapéutico debe ser radical y binario: o estás limpio o estás enganchado, o sigues tomando o estás sobrio. No hay tercera vía. El mantra mendaz del «lo está consiguiendo», tan típico de una época y una sociedad narcisista basada en la mentira y el autoengaño, no es más que una barata consolación que permite al paciente seguir engañándose, sin confrontar su evitación del dolor y sin erradicar la causa de su mal.

Se trata de explicarle al adicto a la ira que dicha emoción es una emoción normal y saludable. Especialmente parece una respuesta emocional bastante coherente a la luz del trato abusivo, negligente o inconsistente que el paciente suele haber recibido en el seno de su Familia Zero. La ira supone una respuesta de supervivencia que cumple varias funciones en el paciente traumatizado. En general, experimentar ira proporciona energía y nos saca de estados de indefensión, tristeza y apatía que pueden ser extremadamente peligrosos para la supervivencia de nuestra especie. La ira es además el antidepresivo más eficaz y barato del mundo. Su manifestación es incompatible con la depresión. Ira y depresión no pueden existir de manera simultánea. Los chutes de adrenalina de tu cerebro son incompatibles con las manifestaciones clínicas de la depresión. De ahí que la ira suele cumplir el saludable papel de servir para eludir la depresión en los pacientes más traumatizados. Estos no podrían seguir con sus vidas si no se vieran energizados por el cabreo que diariamente experimentan ante ciertos recuerdos o ciertas situaciones.

10 pensamientos racionales con los que puedes cambiar tu vida

  1. Renuncia a la necesidad de aceptación social general: que todo el mundo te quiera o te acepte es algo imposible.
  2. Renuncia a ser un superhombre/supermujer como fuente de tu autoestima personal. No es preciso que alcances cotas de excelencia o de perfección en todo o en parte para autovalorarte.
  3. Acepta que, en la película de la vida, los malos no siempre pierden y los buenos no siempre ganan. Incrementa tu tolerancia a la frustración, la ira y el resentimiento por las injusticias que padeces. Al único que le afecta tu odio es a ti.
  4. Aprende a tolerar tu frustración: cambia lo que es evitable y aprende a cooperar absolutamente con lo inevitable.
  5. Escapa de la indefensión. Procurar entender qué comportamientos pueden orientarse a la solución o ser parte de ella.
  6. Ocúpate, en lugar de preocuparte.
  7. Acepta la responsabilidad de dar respuesta, y de hacerlo de manera efectiva.
  8. Renuncia a la dependencia psicológica de otras personas para estar bien. Conviértete en la causa principal de tu bienestar y de tu felicidad.
  9. Rompe el condicionamiento del pasado viviendo intensamente el momento presente.
  10. Dimite como director general de la humanidad. Nadie te ha nombrado responsable universal de todo lo que pasa a tu alrededor.

Aceptar una visión realista y no mítica de tus progenitores tóxicos, negligentes o abusivos, con sus defectos, fallos y equivocaciones, y a la luz de los abusos, negligencias y agresiones que sufriste. 193Comprender sus circunstancias no es validar sus abusos y aún menos obligarte a tener contacto con ellos. Es imprescindible para tu recuperación que elabores el duelo por los padres que nunca tuviste y que te fallaron totalmente. Aceptar tu apariencia física con todas sus características, sin emitir juicios negativos ni rechazar parte alguna. Mirar tu cuerpo y tu apariencia con una actitud incondicional y amorosa. Aceptar tu personalidad y tu forma de ser, con sus sesgos, tendencias y mecanismos recurrentes de defensa, así como los condicionamientos y consecuencias dolorosas del trauma mientras estas persistan y no puedas erradicarlas. Aceptar tu pasado, tu historia, los archivos claros y oscuros de tu vida. No elegiste ser víctima de esos abusos o negligencias familiares, pero hoy puedes elegir curarte y escapar de los condicionantes de esa experiencia. Aceptar los daños psíquicos, las adicciones y las enfermedades psicosomáticas que puede haberte producido tu Familia Zero, como secuelas inevitables para cualquier ser humano que hubiera atravesado por las mismas circunstancias. Entender, sin culparte, las dificultades que ha causado en tu vida el haber pertenecido a una Familia Zero. Aceptar, como parte de un universo donde rige el libre albedrío, la existencia de ciertos tipos de progenitores negligentes, perversos o malvados para con sus hijos, cuyas actuaciones tienen causa en su historia personal. Sin justificarlos ni convertir en aceptables sus abusos, puedes explicarte por qué pudieron ocurrir. La compasión da paso a una nueva dinámica o patrón, juzgar los hechos que ocurrieron en tu vida y en tu Familia Zero de origen con las tres preguntas básicas siguientes: 1.¿Cuál es la necesidad que estaba buscando satisfacer con esa conducta?

  1. ¿Cuáles son las vivencias, las creencias, el historial personal o el tipo de ignorancia o desconocimiento que influyeron en esa conducta y la ocasionaron?
  2. ¿Qué tipo de dolor, daño, trauma previo, enfermedad mental o frustración personal influyó en esa conducta?

Una vez comprendidos los motivos de las conductas de tus progenitores zero, para lograr la paz interior, se trata de que aceptes a las personas autoras (no importa si están vivas o muertas o si tienes relación con ellas o, por el contrario, practicas el Contacto Cero) de esos comportamientos abusivos mediante estas tres estrategias de aceptación:

  1. Desearía que esto no hubiera sucedido, pero con ello no intento satisfacer sus (patológicas e incluso perversas) necesidades.
  2. Acepto lo que sucedió sin obligarme a que nazca en mí una sensación de malevolencia u odio. Me libero del odio como sutil vínculo que me encadenaría a esta persona.
  3. Por desafortunada y dolorosa que fuera su conducta, acepto que la persona que la adoptó es alguien que pudo no conocer otro modo de hacer las cosas u otro modo de sobrevivir, o que incluso pudo creer que lo hizo lo mejor posible.

Uno de los conflictos más típicos es el que tiene que ver con la dificultad de escapar de un abusador familiar, habitualmente un progenitor tóxico, cuando la creencia religiosa o espiritual manda honrar al padre o a la madre o mantener un contacto privilegiado con ellos de por vida.

No elegiste ser una víctima, pero ahora puedes elegir dejar de serlo.

No elegimos las cosas malas que otros, en uso de su libertad, eligieron hacernos, pero podemos elegir hacer hoy las buenas cosas que conducen a nuestra recuperación y sanación.

Para sobrevivir, las víctimas del trauma intrafamiliar pueden desarrollar respuestas disociativas que siguen el patrón de las siguientes secuelas negativas y disfuncionales:

Trastornos de conversión. Trastornos somáticos. Trastornos disociativos (múltiple personalidad, alters, etc.). Trastornos límite.

El perdón del abusador está a la orden del día en foros, chats y libros de autoayuda que tratan del trauma.

Tampoco creo que el perdón signifique olvidar o dejar pasar las cosas que ocurrieron.

Para mí el perdón significa literalmente un proceso que resulta de la curación del paciente, por el cual finalmente la víctima saca el abuso y al abusador de su mente y de sus neuronas. Desde esa perspectiva, el perdón supone la liberación final del paciente de todo vínculo con el perpetrador.

Cada vez veo a más gente que no sabe nada de trauma psíquico recomendar el perdón de los agresores como forma de sanar. Esto es falso.

  1. No se debe recomendar el perdón antes de sanar ninguna herida. Hacerlo es sencillamente poner el carro delante de los bueyes, creyendo que ello curará a la víctima. No es cierto en absoluto. El perdón del agresor es el resultado y no la causa de la curación psicológica. Pretender que perdonar cura el trauma es pretender que un efecto produzca una causa.
  2. Perdonar a quien sigue maltratándote es darle una nueva oportunidad para que te siga haciendo lo mismo, sabedor este de que no le vas a poner límites y que basta con esperar a que lo vuelvas a perdonar.
  3. En general, los maltratadores habituales, los psychos o los narcisistas malignos jamás piden perdón. Tampoco reconocen o aceptan su responsabilidad por el daño que te hacen. La recomendación de perdonarlos pone a la víctima en el peligro del «eterno retorno» de los psicópatas, con su capacidad de enganchar de nuevo a sus víctimas una y otra vez.
  4. Las condiciones para perdonar a alguien son: a. Que reconozca su error. b. Que sienta verdadero arrepentimiento. 206c. d. e. Que proponga no hacerlo más. Que lo exprese y se comprometa verbalmente. Que lo cumpla y repare el daño. Generalmente, los psicópatas integrados no suelen cumplir ni siquiera una de ellas. Los maltratadores crónicos y los narcisistas tampoco.
  5. Se propone a las víctimas que consideren a los maltratadores maestros que les enseñaron «lecciones de vida». Para nada es así. Los maltratadores solo buscan un interés egoísta. Considerarlos «maestros de vida» no solo es un fraude, sino una revictimización del maltratado. Las «lecciones de vida», en caso de darse, no se aprenden gracias al maltrato sino a pesar de este.
  6. Normalmente, las personas que se apresuran a perdonar no quieren enfrentar la dura y amarga realidad de que seguramente son víctimas del problema que yo he denominado en mis libros el «apego al perpetrador» y, por lo tanto, ocultan tras ese perdón un mecanismo de defensa para no tener que terminar de una vez con una relación tóxica.
  7. Muchos coachs, curanderos, gurúes New Age, sanadores o incluso psicólogos que pululan por la Red, a falta de conocimientos para aplicar las técnicas para curar el trauma, recomiendan este remedio casero del perdón. Les aconsejo que vayan y aprendan a curar y tratar con tecnología el trauma en lugar de recomendar los remedios de la abuela y que dejen de revictimizar a las víctimas exigiéndoles un perdón que no quieren, ni pueden otorgar mientras no estén curadas.

FORZAR A LA VÍCTIMA AL PERDÓN SIEMPRE ES PERVERSO Y, A VECES, CÓMPLICE. NADA DE PERDONAR. CURARSE, SÍ. PONERSE A SALVO, SÍ. CONTACTO CERO por siempre jamás.